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domingo, septiembre 10, 2006

ERIKA

Carlos estudiaba en una academia, una conocida institución educativa que se jactaba de poseer la mayor cantidad de ingresantes a la Universidad Católica; Carlos ya había cursado estudios en dicho establecimiento educativo: hacía dos años que había concluido sus estudios secundarios y había decidido ingresar a la citada universidad; postuló al año siguiente, se preparó en la mencionada academia pero por diversos motivos no pudo ingresar, siguió en la institución por medio año más; muchas veces lo quisieron persuadir de esa extraña manía de postular a aquel centro de educación superior, pero quizá la razón más fuerte fue una carrera poco usual que escogió para ser "alguien en la vida": FILOSOFÍA. Amigos, familiares y conocidos se sorprendían al escuchar a Carlos cuando comentaba su peculiar vocación, al final, tuvieron que aceptar lo que el muchacho "quería ser".

Después de su segunda estadía en la academia, estuvo inactivo educacionalmente hablando;en ese lapso de tiempo, soñaba todavía con la Universidad Católica, según Carlos, se había "enamorado de la infraestructura de la universidad": "en este sitio sí dan ganas de estudiar", repetía muchas veces, siendo uno de los motivos más sólidos para continuar sus estudios superiores, conjuntamente con que dicha universidad es la más prestigiosa del país y puede brindar a sus egresados altas posibilidades de acceso al mundo laboral.

Era el primer día de clases en su tercer ciclo en la academia MASTER; ese día vio rostros conocidos, jóvenes que se desempeñaban como tutores, verdaderos tutores, no como los del colegio que siempre ignoró; se saludó con ellos y también vio a la que había sido su primera tutora: Rosario. Por ella sentía algo especial, un cariño que él raras veces sintió por personas así, a las que calificaba como "únicas en su vida". Para su sorpresa, Rosario fue nuevamente su tutora, se sentía aliviado por estar con alguien conocido. Ese mismo día hizo su primer amigo: Javier, a quien a primera vista parecía ser huraño e introvertido; semanas después se percataría de que su primera impresión fue errónea, siendo el intermediario de una de las pocas satisfacciones que le habían transcurrido en su existencia. Carlos y Javier se volvieron muy amigos, siempre paraban juntos, hasta que Javier empezó a mostrar una faceta desconocida totalmente por Carlos: Javier era un empedernido flirteador, un galancete de cuatro esquinas, uno de los que se van con las mujeres y pueden contarle su vida completa. Un día Javier llegó tarde a clases y Carlos se sentó solo, no solo en realidad, solo porque había cultivado una fructífera amistad y su incondicional compañero no estaba presente.

Carlos entabló conversación con otros muchachos que se encontraban recibiendo clases en el mismo salón. De pronto sucedió, no podía creer quién pasaba delante de sus ojos: Jocelyn, ¿era Jocelyn en verdad? Y si era ella, ¿qué hacía aquí?, pregunta estúpida ciertamente, ¿a qué más se puede ir a una academia?; Carlos seguía ensimismado, recordó en unos segundos lo que había vivido años atrás; fueron instantes en los que regresó con celeridad al pasado y los sucesos que pensó ya olvidados invadieron su mente. Repuesto del desconcierto ocasionado por la remembranza infausta, Carlos continuó su día y se encontró con Javier, el cual le presentó a un chico, a quien por sus habilidades matemáticas le fue conferido el apelativo de “Cyborg”, cuyo real nombre era Juan. Los tres muchachos se volvieron muy unidos y, como cualquier grupo de amigos, se jugaban bromas pesadas, ponían en tela de juicio sus opciones sexuales, en fin.

Así transcurrieron los días, hasta que una día, al final de la tarde, un día de invierno, Carlos, Javier y unos cuantos muchachos se quedaron al final de clases a recibir lo que se denominaban asesorías, las que servían para finiquitar sus obligaciones domiciliarias; Carlos se sentó adelante, para, según él, atender mejor las explicaciones del educador; lo que era cierto fue que procedió de tal manera ya que ahí se encontraba Jocelyn. Ubicado en esa parte de la habitación, descubrió su magnánimo error: no era Jocelyn, sino más bien era una chica que poseía un gran parecido físico con ella.

Carlos empezó a bromear con el pedagogo, cualidad que fue adquirida ciclos anteriores, con sonidos guturales que ciertamente buscaban cuestionar las preferencias sexuales del maestro; al extremo derecho se ubicaba la chica ya mencionada, riéndose de las bromas que gastaba al mentado profesor; concluida la asesoría, Javier hizo dotes de su peculiar cualidad: inició conversación con la muchacha. Ella se hallaba de pie, observando los resultados del último examen, Javier se acercó y le preguntó: “¿en que puesto estás?”, “aquí”, respondió presurosamente la joven, señalando en el blanco papel bond, que estaba sujetado por cuatro tachuelas, la parte superior, era el noveno lugar de sesenta y cinco estudiantes. Carlos escuchó la escueta conversación y se dirigió a ver sus propios resultados, los cuales indicaban que ocupó el sexto lugar.

-Así que te llamas Erika- inquirió Javier, - sí- respondió ella,- ¿y tú?-, Javier; Carlos en esos momentos intentaba poner en blanco su mente; sin embargo, no le era posible: los recuerdos de Jocelyn le venían una y otra vez mientras escuchaba la conversación. -¿Y tú?- dirigiendo su mirada hacia el otro muchacho, -Carlos- respondió un poco consternado, sin dar muestras de ello a sus oyentes. ¿Qué me pasa?, ¿por qué estoy sintiendo esto?, ¿aún no he podido olvidar a Jocelyn?, eran algunas de las cientos de preguntas que daban vueltas dentro de su cabeza.

Erika, al igual que Jocelyn, era de altura media, contextura normal, cabellos largos y negros, de rostro indudablemente cautivador, con peculiar forma ovalada, de mejillas pronunciadas, dando la impresión formar una endeble gota de rocío matinal y con un rasgo que no le era característico a Jocelyn: una pronunciada y bella sonrisa, esas de las que cuando se contempla, se olvida, por un breve lapso de tiempo, todas las penas y tristezas que se puede tener en el instante. Sus ojos oscuros regalaban sosiego a quien osaba admirarlos. Su apacible voz denotaba la afable personalidad que poseía.

En esta oportunidad, Juan no se encontraba con ellos. Así que se fueron los tres; Carlos ya repuesto del desconcierto, se unió a la conversación iniciada por los dos jóvenes, efectuando las típicas preguntas cuando se conoce a alguien, interrogantes que son el principio de conversaciones interminables.

Llegaron al paradero, Erika se despidió de sus acompañantes. Javier y Carlos comentaron sobre la atractiva chica, de la nueva persona que había entrado en sus vidas, hasta que Javier se fue. Carlos obró del mismo modo. Abordó el vehículo que lo transportaría hacia su domicilio, pensando en el trayecto en la persona que conoció e interrogándose: ¿he llegado sacar realmente de mi mente a Jocelyn? El pasar de los días le daría la razón…